lunes, 13 de diciembre de 2010

Campo del Cielo : El Armageddon argentino en Chaco



Zona del bombardeo de meteoritos hace unos 4000 a 6000 años :

El meteorito " Chaco" de 37 toneladas .

Del blog http:// argentinamilugar.blogspot.com


Domingo 11 de enero de 2009
Campo del Cielo

Viendo un buen programa de Discovery Channel sobre las posibles formas de destrucción de la raza humana (naturales, autónomas o extraterrestres), y siendo una de estas probables formas la caída de meteoritos, recordé un buen lugar donde se puede ver estos pedruscos extraterrestres bien de cerca, para imaginar que nos espera si alguna vez nuestro buen Dios se harta de nosotros y nos toma a cascotazos.
El la norteña provincia del Chaco, existe una zona llamada Campo del Cielo (en los idiomas aborígenes: Pingüen N’onaxa o Pingüen Nunralta [toba]; Otumpa [Wichi]), donde el Cosmos se ha empeñado en probar puntería y depositar alguno de los sobrantes de sus estrellas destruidas. Su nombre proviene de una “lluvia” de meteoritos ocurrida hace unos 4000 años, en un área que se extiende por unos 20000 km/2 por las provincias de Santiago del Estero, Santa Fe y Chaco, siendo esta la que tiene la mayor densidad.
En este lugar del Chaco Austral, se produjo hace unos 5800 años el impacto de un meteorito metálico de unos 50000 kgs. Campo del Cielo es, precisamente, su nombre. Un fragmento de éste, encontrado en 1980, es conocido como El Chaco y es, actualmente, el segundo meteorito más pesado conocido, unos 37000 kgs. El otro está en Namibia y pesa casi el doble, unos 60000 kgs.
El mayor cráter es de unos 4 milenios y se encuentra al aire libre cerca de la localidad chaqueña de Chorotis (a unos 800 km de Buenos Aires). El “agujerito” tiene unos 50 mts. de diámetro y el meteorito que lo provocó es principalmente de hierro, con menor proporción de níquel, fósforo, cobalto, galio, germanio e iridio. Está en las coordenadas 27°38′00″S 61°42′60″O / -27.633333, -61.71667. (Este dato lo doy porque ahora están de moda los GPS y tal vez quieras practicar tu geo posición).
Ubicación: El lugar no esta exento de mitos. Los indígenas Tobas consideraban a estas “rocas” gotas del sudor del Sol y creían que en los días que amanecían despejados los meteoritos se convertían en grandes troncos de árboles. Los tobas junto con sus vecinos mocovíes creían que Campo del Cielo era un lugar de encuentro intimo entre el Sol y la Tierra.
En tanto que los wichis que no fueron testigos de estas particulares “lluvias”, pensaban que estas “piedras” cayeron del cielo cuando los yaguares atacaron a la Luna, arrebatándole algunos pedazos.
Al llegar los españoles conquistadores (destructores deberíamos decir para ser justos) a estas tierras, pronto tomaron conocimiento de la existencia de este paraje, con la errónea idea que se trataba de una mina de plata que haría rico a quien la hallase. Ubicaron el lugar allá por 1576 y con desazón descubrieron que había metal, pero no plata. Y comenzaron a extraer muestras. Y así lo hicieron posteriores expediciones. Por lo que podemos deducir que el pobre meteorito carece del peso original con que llegó a la Tierra, aunque hablamos de mucho meteorito...
La depredación que ha sufrido Campo del Cielo es impresionante. Se estima que 15 toneladas de material extraterrestre fue sacado del lugar y se encuentran en lugares insólitos como el Museo de Historia Natural de Londres, donde albergan al “Otumpa” de unos 900 kgs de peso, encontrado en 1834. Ni contar con lo que los españoles saquearon para tratar de fundirlos y construir armamentos con los que someter a los aborígenes.
Aunque otras expediciones fueron más productivas ya que lograron encontrar otros meteoritos igualmente impactantes por su pureza en hierro y su gran tamaño. En 1923 se encontró el meteorito de 4,2 toneladas denominado "El Toba". Dos años más tarde se desenterró "El Mocoví", de 732 kilogramos. A ellos siguieron "El Hacha" (2,5 toneladas, 1924), "El Tonocote" (850 kg, 1931), "El Abipón" (460 kg, 1936), "El Mataco" (990 kg, 1937) y "El Taco" (2 toneladas, 1961). Entre 1962 y 1972, un equipo binacional de científicos norteamericanos y argentinos peinaron cuidadosamente el área desde tierra y desde el aire y confirmaron científicamente lo que ya se sospechaba desde hacía mucho: que Campo del Cielo era un gigantesco yacimiento de meteoritos metálicos.
Meteorito El Chaco: Afortunadamente, aunque tarde como siempre, el Gobierno del Chaco creo el Complejo Turístico Meteorito El Chaco en el Parque Piguen N'onaxa en la localidad de Gancedo, para proteger estos cuerpos celestes y el resto del patrimonio natural de la zona.
El lugar está a solo 28 km de la localidad de Gancedo, yendo por la ruta provinvial 16, y a unos 320 km de Resistencia, la capital provincial. Desde Buenos Aires, hay vuelos hasta Resistencia.
En resumen, si quieres ver el después del Armagedón, visita Campo del Cielo y verás lo que queda.

Nota de Ana :
Hay que ior a Gancedo antes de que se lleven todo .En la Ile de la Cité de Paris vi con mis propios ojos en una tienda de fosiles y piedras raras , un pedazo de meteorito de 4 mmm a 60 euros con un cartelito en la vidriera (acá va la foto) : " Meteorite du Campo del Cielo, Chaco , Argentina" . Mmmmm....Revisen los bolsos de los que andan por ahi!



Como vivieron los lugareños el bombardeo celestial :
(De otro website):

Corre el año 2075 a.C. En Egipto, la X dinastía encabezada por el rey Wahkare Akhtoy III se encuentra en una inestable situación agravada por la guerra contra Tinis. Inglaterra, a punto de entrar en los prolegómenos de la Edad del Bronce, ve a miles de obreros trasladar las grandes piedras del Círculo de Averbury hasta un sitio ubicado a 32 kilómetros al norte de allí, que hoy conocemos como "Stonehenge". Mientras en Israel nace el patriarca Jacob, los médicos griegos ya preconizaban a la población la imperiosa necesidad de internar a los enfermos de esquizofrenia.
En lo que llegaría a ser la provincia argentina del Chaco, entretanto, las cosas están por tomar un cariz apocalíptico.
En 1574, apenas 82 años después del descubrimiento de América, los españoles llegaron hasta el nordeste argentino con afán de estudiar minuciosamente la región.
Encontraron allí varios grupos étnicos, lingüísticos y culturales indígenas, a los que llamaron erróneamente "tribus" Los conquistadores se asombraron de la impresionante diversidad de estos indios, ya que no tenían forma de saber que el corredor extendido entre el Paraná y el desierto santiagueño era —y había sido durante 7000 años— un "pasaje" natural y despejado para las migraciones de múltiples grupos nómades. Hoy sabemos, por ejemplo, que muchos grupos de la provincia de Formosa tienen lenguas que no están en modo alguno relacionadas con la familia tupí-guaraní que puebla el Paraguay y el Brasil (muy cercanos, apenas cruzando el rio) sino que pertenecen a la familia pámpida, y son primas hermanas del mapuche y el tehuelche de la Patagonia. El pasillo chaqueño, pues, ha permitido desde hace milenios el contacto y los desplazamientos entre la Patagonia y el norte de Sudamérica, ya que varias de las etnias de la región provienen del río Orinoco y otras de Neuquén.
En verdad la diversidad es tan enorme que en esa zona los españoles encontraron a los tobas, mocovíes, matacos, wichís, chiriguanos, abipones y mil gentilicios más.
Por esos tiempos, los españoles obtuvieron algunos ejemplos de boleadoras indígenas y observaron que el núcleo de las bolas estaba constituído por trozos de metal unidos por cera de abejas. Analizaron los fragmentos y descubrieron con enorme sorpresa que se trataba de hierro de altísimo grado de pureza. Era un hecho extraordinario: piénsese que los indios de la zona estaban aún en el nivel tecnológico de la Edad de piedra. ¿De dónde habían obtenido el hierro?
Interrogados, respondieron que en cierto paraje existía una gran piedra de metal, un gran "peñol (saliente) de hierro", tal como registró el escriba español, de donde, a fuerza de tajos y tajos con sus herramientas de piedra, obtenían el metal para los núcleos de sus boleadoras.
En 1576, el gobernador de las Provincias del Tucumán, Capitán General don Gonzalo de Abreu y Figueroa, ordenó a su jefe militar, Capitán de Campo Mexía de Miraval, que "peinara" la región indicada por los indios para localizar el "peñol". De este modo, esperaba hacerse con ingentes cantidades de hierro a escaso costo. El metal para armas y suministros debía ser traído trabajosamente desde España, y el descubrimiento de un afloramiento a ras del suelo resolvería muchos de los problemas logísticos de Abreu.
Mexía de Miraval cumplió la orden, y se dirigió a la zona acompañado de sólo ocho hombres armados. El amanuense de su expedición relata que en el trayecto debieron luchar contra los "indios chiriguanos", que eran "antropófagos". Pueden haber tenido que luchar con ellos, pero la antropofagia no era ni es costumbre de los indios chaqueños.
Luego de muchas dificultades, los nueve españoles localizaron el "peñol de fierro", del que tomaron algunos fragmentos como muestra.
Desde la expedición de Mexía, hubieron de pasar casi dos siglos hasta que alguien volviese a preocuparse del extrañísimo afloramiento férreo en una zona llana.
En 1774 cundían las leyendas de que en el Chaco existía una gran mina de plata, capaz de convertir en millonarios a los crédulos e ilusionados conquistadores españoles. Fue en ese año que, alentado por sus ilusiones de riqueza, don Bartolomé Francisco de Maguna recorrió cuidadosamente la misma zona que Mexía había explorado siglos antes, preguntando a los indios sobre metales, minas y oro. Llegó así, siguiendo ciertas indicaciones, hasta la ubicación de una enorme masa de metal grisáceo, cuyo peso fue estimado en aquel momento en más de 23 toneladas. Maguna extrajo algunas muestras que hizo analizar más tarde por ciertos maestros herreros, y uno de ellos le manifestó que se trataba de plata. Era un error. En 1778, un análisis más minucioso demostró que Maguna no había encontrado metal precioso alguno, sino un gran peñasco compuesto de "fierro de muy particular calidad". Como el objeto tenía forma de plancha o lámina, fue bautizado "Mesón de Fierro".
La penuria de hierro se había convertido en un problema muy grave para los españoles del Virreynato. El metal, esencial para la fabricación de armas, herramientas o enseres, debía ser traído de España a costos altísimos, de modo que el aprovechamiento del Mesón de Fierro se convirtió en una prioridad importantísima para Pedro de Cevallos, virrey del Río de la Plata. En 1779 comisionó al Sargento Mayor Francisco de Ibarra para que se hiciera con la masa de mineral a como diese lugar. El 26 de junio de ese año el grupo de 25 hombres llegó hasta el "Mesón". Medido por el capitán Melchor Costas el afloramiento resultó tener 3 metros y medio de largo, 1,85 de ancho y espesores que oscilaban entre 80 centímetros y 1,30 metros. Mediante cinceles obtuvieron muestras de más de 3 kilos, que fueron remitidas a Buenos Aires. La dureza del material era tal que arruinaron 15 herramientas para obtener las piezas.
Cuatro años después, otro virrey, Vértiz, encargó a un marino que trajera de una vez por todas el bloque de metal. Encabezada por el teniente de Fragata Miguel Rubín de Céliz, la expedición alineaba 200 hombres e incluía al ingeniero Pedro Cerviño y al coronel Francisco Arias. Luego de mucho marchar, encontraron el yacimiento. Cerviño sugirió excavar a su alrededor para ver de dónde provenía el material y si se trataba de una gran veta, y así se hizo. Sin embargo, descubrieron que no estaba unido al subsuelo sino que se trataba de una masa aislada. Verdaderamente parecía haber "caído del cielo".
Pusieron explosivos a su alrededor a efectos de aflojarlo e intentar transportarlo, pero todo fue en vano. Lo único que consiguieron fue enterrarlo bajo una capa de escombros. Rubín, Cerviño y los suyos regresaron derrotados, pero lo peor de esta expedición es que, después de ella, el "Mesón de Fierro"... desapareció.
Tal vez por haber sido sepultado a poca profundidad, tal vez porque alguien lo cortó in situ y lo fundió, lo cierto es que nadie ha vuelto a ver el "Mesón de Fierro" desde 1783. Las expediciones para encontrarlo no cesaron. En 1803, el Jefe de Frontera de Santiago del Estero, Diego Bravo de Rueda, organizó una nueva expedición para encontrarlo. No tuvo éxito, pero a cambio encontró en el lugar llamado Runa Pocito un objeto de más de una tonelada, de hierro purísimo.
La expedición siguiente (1804) tampoco halló el "Mesón" perdido, pero, alertada por un baqueano, también encontró otro fragmento metálico de superficie carbonizada.
Aunque ninguna de las expediciones sucesivas pudo reencontrarse con el gran yacimiento, había quedado claro para mucha gente que esa zona del Chaco, fronteriza con Santiago del Estero, había sido en el pasado el escenario de un gran diluvio meteórico proveniente del espacio exterior.
Hoy conocemos a esa región con el nombre de "Campo del cielo".
Es que en verdad Campo del Cielo está horadada de cráteres en una gran extensión de territorio, y no son raros los fragmentos ferrosos de varias toneladas de peso. Pero para hacer avances hubo que esperar al siglo XX.
En 1913 Manuel Santillán Suárez, que había estado recorriendo la zona minuciosamente durante 11 años con la ilusión de redescubrir el "Mesón de Fierro", encontró a 15 kilómetros al sur del pueblo de Gancedo, Chaco, tres lagunas alineadas de manera muy curiosa. En la mayor de las tres encontró varios trozos metálicos de magnitud (uno de ellos pesaba 2 toneladas) y de inmediato se dio cuenta de que las supuestas lagunas no eran otra cosa que cráteres de impacto. La zona entera había sido bombardeada. Estábamos en presencia de los restos de un gigantesco cataclismo cósmico.
No todos fueron de su opinión: la expedición nacional de 1923, encabezada por el geólogo Dr. Juan José Nágera, estimó que los cráteres eran excavaciones artificiales realizadas por los indios y españoles en su búsqueda de mineral metálico. Nágera recogió numerosos fragmento s que analizó, y demostró que eran de origen meteórico. Pese a este descubrimiento, no modificó su error de apreciación.
Los hallazgos continuaron y, de hecho, no se han detenido hasta el día de hoy. El mismo año de 1923 se encontró el meteorito de 4,2 toneladas denominado "El Toba". Dos años más tarde se desenterró "El Mocoví", de 732 kilogramos. A ellos siguieron "El Hacha" (2,5 toneladas, 1924), "El Tonocote" (850 kg, 1931), "El Abipón" (460 kg, 1936), "El Mataco" (990 kg, 1937) y "El Taco" (2 toneladas, 1961). Aún hoy en día es casi imposible recorrer a pie los bordes de los cráteres de Campo del Cielo sin encontrar numerosos fragmentos venidos del espacio exterior.
Entre 1962 y 1972, un equipo binacional de científicos norteamericanos y argentinos peinaron cuidadosamente el área desde tierra y desde el aire y confirmaron científicamente lo que ya se sospechaba desde hacía mucho: que Campo del Cielo era un gigantesco yacimiento de meteoritos metálicos, y que sus numerosos hoyos y depresiones eran en realidad una de las colecciones de cráteres de impacto más grandes del mundo, si no la mayor.
Los geólogos de la Universidad Nacional del Nordeste L.M. Villar y Argentino Romaña y su colega norteamericano William A. Cassidy de las Universidades de Columbia y Pittsburgh realizaron varias expediciones. Provistos de magnetómetros, detectores de metales y equipamiento estratigráfico, consiguieron agregar 16 cráteres no estudiados a los 4 relevados por Nágera.
Finalmente, en 1980 se extrae de un gran cráter ennegrecido un meteorito de 37,4 toneladas, bautizado "El Chaco". Esta masa de hierro representa el aerolito más grande caído jamás sobre territorio argentino y el segundo más voluminoso de la historia registrada de la Humanidad. No sé usted, pero le aseguro que yo no quisiera haber estado allí en el momento de su aterrizaje.
Hoy en día, la fotografía satelital ha sumado otros 18 cráteres cuyos contenidos aún esperan ser estudiados.
El área afectada por los impactos mide nada menos que 1350 km2, y muestra un impresionante catálogo de clases de cráteres. En efecto, vemos en Campo del Cielo todos los tipos que existen: cráteres de impacto, de penetración, de rebote y de explosión. Si algún geólogo o astrónomo quisiera aprender todo lo que se puede saber sobre un evento meteórico, no tiene más que trasladarse al sur del Chaco.
Los meteoritos recuperados son sideritos compuestos de hexaedrita, una aleación de hierro al 97% con 3% de níquel.
El origen de algunos meteoritos está muy claro y demostrado; el de otros todavía se discute.
Entre los comprobados están los fragmentos sólidos que pueden haber llegado hasta la Tierra en el núcleo de cometas que se han estrellado contra ella, pedazos de la Luna arrojados a órbitas erráticas por un antiguo impacto y trozos de Marte como los que suelen encontrarse entre los hielos antárticos.
Otros, como los de Campo del Cielo, necesitan de otras teorías para ser explicados. Algunos científicos postulan que se trata, simplemente, de asteroides que, presa de órbitas muy excéntricas, han llegado hasta nuestra atmósfera para impactar luego contra la superficie. Otros arguyen que se trata de restos sólidos de un planeta que explotó. Según esta teoría, los dos tipos principales de meteoritos —pétreos y metálicos— representarían, respectivamente, la corteza y el núcleo de aquel cadáver cósmico.
Sin embargo, la teoría que posiblemente presente mejores asideros sea la de la acreción. Se cree hoy en día que los planetas se formaron mediante un proceso llamado "acreción", donde multitudes de pequeños fragmentos colisionaron entre sí y se fueron uniendo merced a la gravedad, hasta formar planetas sólidos completos. Estos trozos originarios se conocen como "planetesimales". Cuando un planeta no llega a formarse, los planetesimales no se aglutinan y quedan sueltos, a la deriva. Algo por el estilo visualizamos en nuestro vecino, el Cinturón de Asteroides. Según esta teoría, pues, los asteroides y cometas no son más que planetesimales remanentes de una planetogénesis que fue frustrada por las monstruosas fuerzas de marea de Júpiter y Marte. Acaso haya sucedido lo mismo con los anillos de Saturno, Urano y Neptuno, en los que acaso perturbaciones de marea hayan impedido que se formase un satélite. Lo que vemos hoy en los anillos sería entonces una ingente cantidad de "satelisimales".
Si esto es así, las colisiones fortuitas entre los planetesimales alteran las órbitas de los mismos, y alguno puede pasar lo suficientemente cerca de la Tierra como para ser atraído por nuestra gravedad. Si la fricción lo consume, lo llamamos "estrella fugaz". Si su masa es de entidad suficiente como para resistir el calor del horno atmosférico, impactará contra el planeta y tendremos un "meteorito". Dependiendo del ángulo de entrada, los meteoritos llegan a la Tierra a velocidades de entre 40 y 250.000 kilómetros por hora.
Imagine por un instante varias docenas (o cientos) de masas metálicas de decenas de toneladas de peso precipitándose a tierra a un cuarto de millón de kilómetros por hora. El Apocalipsis celeste, el Armaggedón en un instante.
Eso, precisamente eso, es lo que sucedió en Campo del Cielo hace más de cuatro mil años.
"Campo del Cielo" es la traducción de la expresión indígena piguem nonraltá, "lugar del cielo", "tierra del cielo".
El mero hecho de conocer el nombre original del sitio nos priva de suponer que los indios ignoraban la procedencia de los meteoritos. Cupo, entonces, preguntarse si poseían leyendas o mitos de la creación relacionados con un diluvio de rocas desde el cielo.
Ya en la época de los conquistadores se había observado que los indígenas habían trazado, desde tiempos inmemoriales, senderos rituales que venían desde Formosa o Tucumán y convergían en el campo meteórico. Estos caminos —algunos de 250 km de longitud— tenían por objeto rendir culto a las gigantescas masas metálicas en una fecha particular.
Serios trabajos científicos actuales han intentado confirmar el impacto cultural que la lluvia sideral tuvo sobre las culturas indígenas de la región.
Los mocovíes, por ejemplo, creían que Gdazoa, el Sol, cayó una vez del cielo. Un guerrero mocoví, entristecido por el accidente, lo levantó nuevamente y lo amarró al cielo para que no se repitiera la penuria. Sin embargo, las sogas no fueron lo suficientemente fuertes, y Gdazoa se precipitó a tierra por segunda vez. Algunos animales de la región tienen su origen en esta segunda caída: al tocar suelo el Sol, incendió los bosques y las selvas, y ríos de fuego corrieron por los campos. Algunos mocovíes intentaron desesperadamente salvarse de los incendios metiéndose en los ríos y lagunas, pero el fuego tardó tanto en apagarse que, a fuerza de pasar toda la vida en el agua, se convirtieron en yacarés y carpinchos. Otros no pudieron llegar al agua, sino que se encaramaron a un árbol altísimo. Si bien las llamas no los alcanzaron, el humo les tiznó rostros y cuerpos para siempre, y así se transformaron en monos.
Es fácil imaginar el profundo impacto que un evento de estas características ha de haber tenido sobre las mentes de los pobladores primitivos del Chaco. Muchas otras leyendas relatan, a su manera, la dispersión meteórica de Campo del Cielo.
Así, también los tobas manifestaban que los meteoritos del Chaco eran fragmentos desprendidos del Sol, mientras que los guaycurúes tienen una leyenda que habla de un gran castigo desde el cielo para reprimir la indiferencia de los hombres. Se trataba de una mujer celestial que arrojaba "huesos" a la Tierra. Los vilelas aseguraban que una vez cayó una estrella, mientras que los chiriguanos decían que las estrellas defecaban sobre la Tierra. Una leyenda central de los pilagá relata que la Luna fue atacada por yaguaretés y por eso a veces se pone rojiza (sangrienta). Los felinos le arrancaron muchos pedazos que cayeron a la Tierra con gran estrépito. Estaban encendidos, e incendiaron el mundo con arroyos de fuego. Para los emok, el Sol cayó a la Tierra y quemó a todo lo que estaba vivo.
Casi todas las etnias mencionadas tienen también relatos acerca de una larga oscuridad y grandes fríos subsiguientes al cataclismo. Estas sugestivas ideas son precisamente lo que cabría esperar luego de muchos grandes impactos meteóricos, porque la masa de material levantado a la atmósfera produjo, en efecto, un invierno nuclear de magnitud variable según las fuentes. Los matacos dicen que duró tres semanas, los tobas bolivianos cinco días, los tobas chaqueños un año, etc.
Para completar este breve informe, diremos que los cronistas del siglo XVIII manifiestan que los indios llamaban al cráter hoy conocido como Rubín de Céliz, Piguém Nollhiré, esto es, "Pozo del Cielo".
Este trabajo no estaría completo si no mencionáramos la depredación que han sufrido y sufren los meteoritos de Campo del Cielo. Las acaso 65 toneladas en que se ha calculado el total del material caído del firmamento ha rendido más de 15 que están distribuidos en Museos y Universidades. De hecho, el meteorito "Otumpa", de 900 kg de peso y descubierto en 1834, se encuentra en el Museo de Historia Natural de Londres (?).
Más grave aún: en 1990, el traficante estadounidense Robert Haag fue detenido cuando intentaba llevarse a su país —sí, créalo que es verdad— ¡las 37 toneladas del gigantesco meteorito "El Chaco"! Sus compradores le habían prometido la friolera de 20 millones de dólares por él.
Con apenas buscar en Google, pueden identificarse varios miles de páginas web que ofrecen en venta meteoritos de Campo del Cielo, sus fragmentos o rodajas de los mismos. Recordamos a esos señores que el contenido del subsuelo argentino es, por ley, patrimonio de la Nación Argentina, por lo que están cometiendo —así como quienes les compran— un crimen federal. La mayor parte de esas páginas pertenecen a un señor Eric Twelker, vecino de Alaska, a quien deseamos la peor de las suertes en su negocio. Este hombre está vendiendo algo que es mío y tuyo, algo que es nuestro, porque nosotros somos la Nación Argentina.
Porque para nosotros, el catastrófico evento de Campo del Cielo nunca será un negocio. Pábulo de leyendas, acervo cultural, patrimonio científico, Meca de leyendas y búsquedas imaginarias o concretas, Campo del Cielo, provincia del Chaco, es, con sus meteoritos y sus cráteres, un homenaje a la persistencia en el imaginario colectivo de aquellos tobas y matacos que fueron testigos de su inconcebible violencia: aquellos que estuvieron presentes el día en que los yaguaretés decidieron comerse a la Luna.

(Fuente : http://axxon.com.ar/zap/239/c-Zapping0239.htm )

PS : Luna Roja es un libro del Mempo Giardinelli ...ni idea si habla tambien de esto ... curioso que lo mencionen acá .


This article was taken from the January issue of Wired magazine. Be the first to read Wired's articles in print before they're posted online, and get your hands on loads of additional content by subscribing online

Astronomers are on tenterhooks over the prospect of an asteroid colliding with Earth. Nasa has recently spotted two space rocks passing within 80,000km of the planet, as well as a 549m-wide asteroid that could hit us in 2182. Massimiliano Vasile, a lecturer in space research at the University of Glasgow, explains our options for saving the world.

Go nuclear
"Unless you have [several years], the most effective way of dealing with an asteroid is a nuclear explosion," Vasile advises. "But there are issues." The first is getting to the asteroid, which could be hundreds of thousands of kilometres away. Controlling the explosion is the other problem. "If it doesn't go as planned, you may end up with several asteroids instead of one."

Gravity tractor
This involves flying very close to an asteroid and using the gravity traction between the spaceship and the space rock as a kind of "rope" to pull it along. Then, a low-thrust engine moves the spacecraft away, pulling the asteroid and drawing it off course. "A relatively small spacecraft can [effect] a few hundred kilometres of deflection over seven years or more."

Lasers
Or you can mount solar-powered lasers to a fleet of spaceships and direct the beams at the asteroid's surface until it vaporises, creating a plume of gas to drive it off course. "It would take three or four years to divert an asteroid one kilometre in diameter. Add training, building the spacecraft and deployment, and [the process] would take six to ten years."

3 comentarios:

Anónimo dijo...

wow.. que increíble entrada! la verdad pude aprender muchísimo mas sobre donde vivo.. nací en Chaco.. hoy en día estoy en unos hoteles cinco estrellas en los cabos trabajando por unos meses. pero te agradezco esta entrada, voy a copiar el texto si no te molesta ya que quiero leérselos a mi familia para cuando vuelva.

Fabiana dijo...

Impresionante, no sabía nada de esto. Te lo agradezco, muy bueno.

Anónimo dijo...

Hola, solo una acotacion a tu nota, estas equivocada cuando te referis a que los meteoritos son patrimonio del estado, un fallo de la corte suprema en el 2011 anulo una expropiacion del campo donde se encuentra el meteorito El Chaco y se refirio que no es claro a quien pertenece el mismo ya que la ley cuando se refiere a recursos naturales se refiere a la riqueza icticola y a los hidrocarburos.